Este artículo pretende homenajear al grupo de mujeres conocidas como Las “RADIUM GIRLS”, HEROÍNAS con mayúsculas, que sufrieron los efectos de la radioactividad por su actividad laboral y que iniciaron una lucha plagada de procesos judiciales e intentos de descrédito que culminó con la regulación del uso del radio como fuente luminosa en la industria relojera, salvando miles de vidas e iniciando una de las primeras luchas en la seguridad y salud laboral.

Entre finales del s. XIX (1898) y principios del siglo XX, cuando Marie Curie y su marido descubren el Radio y sus propiedades, entre otras, su uso como elemento que permite la fotoluminiscencia mezclado con otros compuestos. Todavía hoy, las anotaciones, cuadernos y apuntes de los Curie deben ser manipulados con protecciones adecuadas. Pero hasta aquellos felices años 20 el uso de la palabra “Radio” suponía un valor añadido y sus propiedades parecían mágicas, en las dos primeras décadas del s. XX, el radio era el remedio para todo y se incluía en muchos inventos sin preocupar sus posibles efectos nocivos: daba virilidad, curaba la calvicie, daba prestigio e incluir el prefijo “radium” junto a un producto se asociaba a lujo, calidad y salud como Platinum, Gold o De Luxe. Se elaboraban numerosos productos como bebedizos, licores, cremas para la cara, pastas de dientes, jaras para radiar agua, incluso chocolates.

En unos pocos años (o meses en algunos casos), los efectos nocivos de la radioactividad (principalmente osteonecrosis y muertes prematuras) comenzaron a manifestarse en los consumidores prohibiéndose la mayoría de estos productos de consumo directo, pero se mantuvo uno de sus usos: Las sales de radio continuaron utilizándose para elaborar las pinturas visibles en la oscuridad con las que se cubrían determinados productos, sobre todo las pinturas con las que se decoraban los índices o numerales horarios de los diales y las manecillas de los relojes (en la primera guerra mundial el encender una cerilla o encendedor para iluminar el reloj de bolsillo para ver la hora en las oscuras noches del frente podía suponer la muerte al alertar a algún tirador enemigo).

La principal empresa que usó pinturas basadas en sales de radio fue la “US Radium Corporation” (enadelante USRC). William Joseph Hammer, recibió en 1902 unas muestras de radio de los Curie, y en sus investigaciones creó la mezcla de sales de radio luminosas en la oscuridad conocida como pintura Undark, y la USRC inició su andadura en 1916, como contratista militar para la elaboración de diales, esferas y manecillas luminosas así como velocímetros y mirillas de armas. Aunque después también se usó su pintura en productos destinados al ámbito civil como carteles, números de viviendas, interruptores, e incluso juguetes. La USRC y otras empresas como la Radium Dial de Ottawa (Illinois), fueron las empresas de la industria relojera de principios del siglo XX en la que desarrollaron su labor las “Radium Girls”. Hasta ese momento, la mayoría de trabajadores eran hombres: maestros relojeros, cajistas, mecánicos, etc…, pero la gran movilización al frente debida a la Primera Guerra Mundial provocó el inicio de la incorporación de la mujer en el mercado laboral industrial americano, unas muchachas valientes empezaron a cambiar los cánones establecidos, la mayoría como operarias encargadas de pintar los diales y las manecillas. Mujeres, en su mayoría muy jóvenes que veían en esta incorporación al mercado laboral una manera de ayudar a su país, a la economía familiar y luchar por la igualdad de derechos. El personal técnico que trabajaba para la empresa preparando los compuestos luminiscentes basados en sales de Radio, como por ejemplo Victor Franz Hess, premio Nobel de Física en 1936 y que fue director de laboratorio de la USRC entre 1921 y 1923, usaba guantes, mascarillas e incluso delantales de plomo, mientras que las “Radium Girls”, que desconocían los riegos derivados de la radioactividad, recibían las instrucciones de “afilar” el pincel con la boca para definir mejor los trazos, además era muy habitual, ya que se les decía que el radio era saludable, “que curaba”, que las protagonistas de nuestra historia se pintasen las uñas o se dibujasen en la mejilla corazones o notas luminosas en la oscuridad para sorprender a sus novios. Las “RADIUM GIRLS”, cuyos nombres citamos en este artículo para que sean recordadas, fueron lideradas por Grace Fryer, trabajadora de la USRC hasta 1922 año en el que pasó a ser empleada de banca, comenzando a sufrir los primeros indicios de una enfermedad que los médicos no acertaban a diagnosticar: pérdida del apetito, agotamiento, dificultad para respirar, caída de piezas dentales, fracturas óseas y finalmente la conocida como “Radium Jaw” o perdida de hueso de la mandíbula por osteonecrosis. Tras varios diagnósticos erróneos, el Doctor Harrison Standford Martland, identificó como posible causa de sus graves dolencias la exposición al Radio. En ese momento, Grace comienza a ponerse en contacto con otras compañeras de la USRC, detectando que aunque muchas otras sufrían los mismos síntomas e incluso algunas habían muerto, todas las pequeñas reclamaciones aisladas que sus compañeras habían puesto ante la empresa por sus enfermedades, habían sido desestimadas por la USRC y las autoridades, al achacarlas a otras causas (normalmente enfermedades de índole sexual, como la sífilis). Tras los contactos mantenidos con sus antiguas compañeras, la mayoría de ellas ante el miedo a ser difamadas ante la opinión pública, ya que sus síntomas se relacionaban con enfermedades de índole sexual, lo que hizo que la gran mayoría no se atreviera a denunciar. Pero la familia de “Mollie” Maggia, fallecida en 1922 por una mal diagnosticada sífilis, y otras cuatro excompañeras aun vivas pero con síntomas muy avanzados de la enfermedad: Katherine Schaub, Edna Hussmann, Albina Larice y Quinta McDonald, comenzaron el largo y duro camino de luchas burocráticas, administrativas y judiciales contra la USRC, empresa que al haber sido un importante contratista gubernamental tenía grandes influencias en los ámbitos militar y político. Es un joven recién licenciado en Derecho en Harvard, Raymond Berry el que colabora con ellas en esta lucha desigual, durante más de dos años, hasta que en 1927 consiguen que sea admitida la demanda. Entonces los síntomas de estas heroínas eran ya tan avanzados que les costaba desplazarse hasta los juzgados y declarar en ellos, además hubo intentos de retrasar los procedimientos esperando la muerte de las mismas. Las difamaciones hacia su honor lejos de desanimarlas, derivaron en un gran apoyo mediático, que obligó a la USRC a llegar a un acuerdo extrajudicial en el año 1928, por el cual la compañía tuvo que pagar una indemnización de 10.000 $ de la época, que supondrían casi 150.000 € de la actualidad, más el abono de todos los gastos médicos y pensiones de 600 $ (unos 10.000€ actuales), y lo más importante, la empresa aceptó que los síntomas derivaban de una enfermedad profesional y no de supuestas enfermedades sexuales. Pero aunque este acuerdo llego tarde, ya que tan solo quedaban en vida dos de las denunciantes, la propia Gace Fryer, que murió en 1933 a los 34 años de edad, falleciendo la última “Radium Girl”, Katherine Schaub unos meses después con tan solo 30 años, las “Radium Girls” consiguieron salvar su honor y además su lucha fue el detonante de las peticiones que culminaron en el Congreso de los EEUU con las aprobación de normas que regularon de manera más justa las enfermedades profesionales y los plazos para su reclamación. Incluso los familiares de “Molly” Maggia, muerta en 1920 por una supuesta sífilis, pudieron desenterrar los restos de “Molly”, que pese al paso de los años todavía marcaba lecturas de niveles de radioactividad que superaban en 50 veces los niveles máximos, limpiando así el honor de su hermana.

La mediatización de sus reclamaciones hizo visible ante la ciudadanía los peligros de la radioactividad y la industria relojera acabó regulando el uso de pinturas radioactivas, mejorando con ello la salud y seguridad no solo de los trabajadores de la propia industria relojera sino de la ciudadanía en general. Sirva este artículo para agradecer los duros esfuerzos realizados por estas valientes luchadoras por los derechos de la seguridad y salud laboral en estas fechas en las que se celebra el día de la MUJER TRABAJADORA, el 8 de marzo: Grace Fryer. “Mollie” Maggia, Katherine Schaub, Edna Hussmann, Albina Larice, Quinta McDonald y todas aquellas otras que no pudieron sumarse a su lucha porque la enfermedad se lo impidió. Pablo J. Bailón Abad Bombero y Delegado de Seguridad y Salud de FeSP-UGT