“Porque hay una historia que no está en la historia y que sólo se puede rescatar escuchando el susurro de las mujeres”.

Rosa Montero, escritora (Madrid, 1951)

A través de la narración de la historia, de los acontecimientos, de quienes los protagonizan se construye la memoria colectiva. Si repasamos las enciclopedias, los museos, el pensamiento, podríamos afirmar que el relato está incompleto. La memoria colectiva está compuesta de hechos, eso es cierto, pero también es verdad que abundan los silencios y las ausencias de la parte minoritaria, de la menos poderosa, de la que no cuenta. A poco que reflexionemos sobre la depuración que se ha hecho de la historia comprobamos que la explicación sobre la construcción de la sociedad se ha hecho en clave de género, el masculino.

Este proceso de erradicación de la memoria, de ajustes que perpetúan la trasmisión a la sociedad de las ausencias femeninas, se ha venido produciendo a lo largo de la historia en lo relacionado con el papel de la mujer. El varón, por haber sido quien ha ocupado los cargos de representatividad pública, ha trasladado un enfoque partidista de la historia, de tal manera que la primacía del género masculino, a través de la educación, el trabajo y el acceso a los medios provoca que éste surja como único protagonista del pasado. La identidad femenina no existe, si no es en referencia al varón. Las mujeres de las que nos habla la historia son “esposas de”, “amantes de”, “madres de “, no son ellas por sí mismas, y las pocas que por su relevancia no ha sido posible omitir, se nos han presentado con un sesgo perverso, casi corruptor.

La omisión es fácil de detectar, pero solo cuando se tiene conciencia de su existencia, es en ese instante cuando brota con toda la fuerza que encierra, pero hasta ese momento pasa totalmente desapercibida, como si no existiera. Para evitar que las mujeres se cuestionaran su situación, se las ha mantenido conscientemente en la ignorancia, porque si no pueden leer, ni escribir tampoco podrá conocer otras ideas y realidades y mucho menos crearlas y publicarlas ellas mismas.

La invisibilidad de la aportación femenina también alcanza a la política y a las prácticas de los sindicatos, incluido el nuestro. Por ello, este ocho de marzo queremos rendir un homenaje a aquellas mujeres ugetistas que no consintieron quedarse al margen ni de la organización, ni del mercado de trabajo.

Queremos dar a conocer a las mujeres de entonces, visibilizarlas y dejar constancia del largo camino que llevamos recorrido para la conquista de la equidad de trato y derechos de las mujeres. Queremos rescatar su andadura y construir el relato de sus acciones conectándolo con nuestro presente.

La historia de las mujeres sindicalistas es un relato inconcluso, incompleto, al haber quedado sumergidas en la historia del sindicalismo clásico a imagen y semejanza de sus compañeros varones.

Rescatemos pues su memoria.