“Nadie sabe el potencial que encierra este poderoso sistema; algún día podrá llegar a ejecutar música, componer sinfonías y complejos diseños gráficos”

Ada Lovelace, la primera programadora de ordenadores de la historia (1843)

Las Naciones Unidas declararon el 11 de febrero como el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, con el propósito de promover la igualdad de género y por ende la participación plena y equitativa de mujeres y niñas en la ciencia. Desafortunadamente, ellas siguen encontrándose barreras que les dificultan, cuando no impiden, participar plenamente en esta disciplina. Las cifras hablan por sí solas, así pues, de acuerdo con un estudio realizado en 14 países, la probabilidad de que las estudiantes terminen una licenciatura, una maestría y un doctorado en alguna materia relacionada con la ciencia es del 18%, 8% y 2%, respectivamente, mientras que la probabilidad para los estudiantes masculinos es del 37%, 18% y 6%.

La presencia femenina en el ámbito científico no es sino la consecuencia de una prolongada cruzada por la educación que las mujeres emprendieron hace siglos, que cuenta con protagonistas valientes que desafiaron con su inteligencia la ignorancia a la que querían condenarlas. Mujeres matemáticas, filósofas, astrónomas, químicas, físicas como Hipatia de Alejandría, Agnódice la ginecóloga, Sophia Germain, Mary Somerville, Sofya Kovalevskaya, Ada Lovelace, Madame Curie hasta llegar a Margarita Salas y Carmen Miganjos, dos de nuestras académicas y científicas más reputadas, han hecho posible que las mujeres rompan las barreras que impiden la libertad de sus mentes.

Porque las mujeres han llegado para quedarse, es importante avanzar en dos ámbitos, en el puramente académico fomentando la presencia femenina en igualdad de condiciones en las disciplinas académicas relacionadas con la ciencia, y una vez alcanzada la formación, su inclusión en las instituciones académicas, centros de investigación y Universidades.

A partir de ahora, el siguiente paso será romper con las “microdesigualdades” que persisten en las instituciones académicas, que sin tener una gran resonancia existen y generan una desconfianza encubierta a las capacidades de las mujeres, sobre todo cuando éstas ocupan cargos o cuando existen sistemas de cuotas para ocupar puestos de responsabilidad, cuestionándose si es su sexo y no su valía los que las han llevado hasta allí.

Para finalizar un apunte interesante sobre las conclusiones del trabajo “Culture, Gender and Math” (”Cultura, Género y Matemáticas”) publicado en Science, que pone de relieve que “la diferencia de género en capacidad matemática desaparece en países con una cultura de género más igualitaria”.