A raíz de las violaciones y abusos de los Sanfermines 2016, se han multiplicado las medidas de seguridad en las celebraciones multitudinarias que tienen lugar en todo el país durante el periodo estival. Las medidas que adoptan las instituciones van desde campañas de prevención de violaciones en el transcurso de una cita, el incremento de la presencia de efectivos policiales, a la creación de oficinas móviles para facilitar la interposición de denuncias.

Huelga decir por obvio que las víctimas de estas agresiones son mujeres, personas de sexo femenino que en el ejercicio de su derecho a disfrutar de los espacios públicos, a divertirse e interactuar con sus semejantes, son violentadas por quienes siguen considerando a  las mujeres como un objeto al que manipular a su antojo.

Y es que los espacios públicos ni son neutrales, ni son mixtos porque, al igual que otros constructos sociales, éstos no dejan de ser un reflejo de quienes los idean y ejecutan. Resulta que el espacio urbano también tiene género, el masculino.

Estudios realizados por el investigador francés Yves Raibaud apuntan en esta dirección, constatando aspectos como que las mujeres tenemos una menor presencia espacial en la ciudad que la de los hombres, que esquivamos determinadas zonas o evitamos circular de noche. Del mismo modo, Yves Raibaud nos dice que la dominación masculina de la ciudad parte de “decisiones tácitas, generadas de manera permanente por las políticas públicas. Los ediles argumentan que el deporte y las actividades de ocio son necesarios para canalizar de manera positiva la energía de los jóvenes, pero jamás relacionan dichas facilidades con un género, aunque sean solo actividades masculinas”. La relegación histórica de las mujeres al espacio privado y su exclusión de los espacios públicos sigue teniendo un reflejo en los planteamientos y políticas urbanas que invisibilizan a la mujer.

Recuerdo con nitidez la reacción de un compañero de sindicato – auto considerado feminista y por ende concienciado con la necesidad de avanzar en la igualdad real- cuando en una conversación sobre el uso que de los espacios públicos realizan los hombres y las mujeres, le propuse que me dijera cómo reacciona ante situaciones como caminar por una acera y encontrarse un grupo de chicos que impiden el paso, o si esperaría el autobús en una parada mal iluminada, si tiene en cuenta las horas de regreso a su domicilio, si le preocupa ir solo por determinadas zonas, si se siente acosado en los locales de diversión o conciertos por personas del otro sexo o simplemente si viaja solo y se siente inseguro. Se quedó un poco sorprendido porque estas situaciones no las vivía como un impedimento a su libertad y sin embargo yo misma, su compañera, le relataba cómo se sentía ante estas situaciones.

Nacer con el género femenino es un riesgo que te convierte en una víctima potencial de abusos, discriminaciones, agresiones o prohibiciones absurdas sobre el aspecto físico, la vestimenta o relaciones afectivo-sexuales. Ser mujer es un riesgo y da igual el hemisferio que se habite, desgraciadamente las mujeres del mundo compartimos este riesgo porque la raíz del problema es la misma.

Reflexiona durante un instante sobre lo aquí escrito y seguro que algo se transforma.